martes, octubre 17, 2006

Pueblo Aonikenk

Los Aonikenk o tewelches, hoy extintos en el territorio chileno, pertenecen a un grupo nómade terrestre de la Patagonia.Son reconocidos como una de las etnias más altas del mundo, llegando a medir hasta 2 metros. Su territorio natural se extendía entre el Estrecho de Magallanes y el río Santa Cruz, el que recorrían cazando animales y recolectando el alimento que les proporcionaba la vegetación de la pampa. Los europeos, al verlos por primera vez, los bautizaron como patagones. Sus entusiastas versiones sobre las enormes huellas de sus pies, dieron orígen a la leyenda de los Gigantes de la Patagonia y al nombre con que fue designado este vasto territorio.Con la adquisición del caballo, en el siglo XVIII, los Aonikenk ampliaron sus recorridos por la estepa austral mostrando gran destreza en el manejo de este importante medio de transporte.Aonikenk y Selk'nam estarían emparentados. Algunas similitudes entre ambos pueblos son las características físicas, como su altura. También tienen un parentesco lingüístico, ya que ambas lenguas provienen de un mismo tronco lingüístico: el Tshon.
Características Físicas Aunque los Aonikenk no fueron exterminados como sus vecinos Selk'nam, sufrieron un proceso de aculturación o pérdida de su cultura originaria. Al pasar el tiempo, mundo espiritual y aspectos de la vida cotidiana se fundieron con elementos de la religión católica y la cultura del colonizador. Lo más dañino fue la introducción del alcohol y las enfermedades contagiosas, tales como la viruela, el sarampión y la sífilis. Relatos de cronistas los describen como una nación cuyos individuos eran: «de buen aspecto físico, complexión robusta, estatura aventajada, saludables formas y hasta agradable presencia (...). Visten con piel de animales, con el pelaje vuelto hacia adentro (...) gustan de adornos de sus personas y caballos (...) no tienen un carácter feroz y que hasta puede considerárseles amistosos».

Gigantes de la Patagonia

Aparte de su imponente estatura, los Aonikenk, tenían un gran desarrollo toráxico. Sus espaldas eran amplias y sus piernas fuertes, rasgos que facilitaban la caza terrestre. Las mujeres eran de caderas anchas, más gruesas que los hombres, pero proporcionadas. También se caracterizaban por poseer dientes muy blancos. Esta característica, algunos autores se la atribuyen a la costumbre de masticar el fruto de color oscuro del maqui o molle, arbusto con cuya resina se elabora el incienso. La adaptación de los Aonikenk a las duras condiciones climáticas y ambientales, dependía de una disposición fisiológica especial unida a una educación y alimentación reforzadora de las defensas, ya que desde la infancia eran formados para resistir y acostumbrarse al frío. Como cazadores nómades, estaban dotados de un vigor y resistencia especial para adaptarse a las duras condiciones del clima austral. Además poseían un metabolismo de las grasas distinto al del habitante actual, logrando eliminarlas más lentamente, lo que contribuía a la mantención del calor corporal.

Armas

Las armas originarias de los Aonikenk eran la boleadora, la lanza y, en menor medida, el arco y la flecha. Para la defensa y la caza utilizaban la boleadora. Esta es un arma constituida por piedras del tamaño de un huevo cubiertas por una funda de cuero, y atadas a un lazo hecho con nervaduras de guanaco o avestruz. Aún en uso en la Patagonia por estancieros y ganaderos, se blande en el aire en forma de círculos y luego se lanza a los pies del animal que se quiere capturar. Había tres tipos de boleadoras: chumé, yachiko, y bola perdida. La chumé, tenía dos bolas y estaba hecha especialmente para la caza del avestruz. La boleadora yachiko, tenía tres piedras y era usada en la caza del guanaco. La bola perdida, un tipo de honda en la que no se recuperaba el proyectil. Las armas de fuego, el caballo y el alcohol fueron incorporados a sus costumbres, con la llegada del hombre blanco.

Sociedad

Se organizaban socialmente en tribus, conformadas por varias familias emparentadas entre sí. El cacique era el encargado de guiar y organizar las cacerías y frecuentes traslados del campamento. La unión de varias familias ligadas por una relación de parentesco, conformaba una agrupación o tribu organizada bajo un jefe que dirigía las cacerías, expediciones y mediaba en los conflictos internos. El cacique no era un líder político, su acción se concentraba más bien en la organización de ciertas actividades prácticas en cada tribu. En caso de guerra con otras etnias, como los Puelches y los Mapuche, los caciques se unían y planeaban en asambleas las estrategias a seguir. Los Aonikenk, además de ser una de las etnias más altas del mundo, eran longevos, a pesar de las extremadas condiciones climáticas. El explorador Ramón Lista, quién convivió con los indígenas hace más de un siglo, constató en esa época la existencia de miembros de la comunidad octogenarios, nonagenarios e incluso algunos centenarios.

Medicina

A pesar de la extraordinaria aclimatación y fortaleza física, cuando las enfermedades se manifestaban la comunidad acudía a dos formas de medicina: la natural y la mágica. El conocimiento de la medicina natural no era privativo de los chamanes, y se basaba en los recursos disponibles del entorno. El estreñimiento, por ejemplo, se curaba con el gauycurú, planta utilizada como purgante. También usaban el Té de Pampa (Satureja darwini), antiinflamatorio, antiespasmódico y antibacteriano, además de una hierba que crece en el estuario del Río Gallegos utilizada para los dolores reumáticos. Se cree que, al igual que los Selk'nam, los Aonikenk conocieron los atributos del romerillo para agudizar la visión y la corteza de la zarzaparrilla (Ribes magellanica) para sanar los dolores de estómago. Si la medicina natural no daba los resultados esperados, intervenían los chamanes para aplicar la medicina mágica. Para la sanación, estos utilizaban amuletos, piedras y sonajeros, objetos cuya función era espantar a los espíritus malignos con su incesante sonido.

Pinturas Corporales

Los Aonikenk pintaban sus cuerpos por razones estéticas y prácticas, como por ejemplo para protegerse del frío. Así, el rostro se resguardaba del viento helado de la zona austral, con pintura roja y negra. La pintura era una mezcla de médula de hueso o grasa de guanaco, la que al cocinarse se convertía en materia gelatinosa. A esta sustancia se le agregaban tinturas naturales. El rojo se obtenía al agregar ocre a la cocción y para obtener el blanco se usaba arcilla feldespática. Las mujeres, en un sentido más estético, se pintaban la cara con zumo de calafate. Este es el fruto oscuro de un arbusto que tiñe de un azul intenso. Usaron rústicos telares, probablemente de influencia mapuche, en la confección de fajas de ornamento para cabalgaduras, y probablemente para algunas prendas de vestir y de abrigo. También manejaron rústicamente la platería llegando a confeccionar botones, hebillas y adornos, fundamentalmente usando el corte, perforación y moldeo.

Costumbres

Los Aonikenk creían que los ancianos muertos se reencarnaban en los niños. Cuando un joven fallecía, su alma vagaba sin destino y quedaba prisionera de la tierra, hasta que cumpliera el tiempo necesario para hacerse vieja. Debido a este pensamiento animista, enterraban a sus muertos con sus objetos personales, sus armas y alimentos. Creían que cuando un miembro de la tribu moría, cabalgaba hacia el otro mundo sobre su yegua, por lo que esta debía ser sacrificada al morir su dueño. Los familiares introducían al difunto, con sus objetos de plata y armas más preciadas, dentro del quillango o manta de guanaco pintada. Luego la sellaban cosiendo todos sus bordes. El modo de enterrar era en posición fetal, con el rostro mirando hacia el oriente y cubriéndolo con pesadas piedras. Los Aonikenk preferían sepultar a sus muertos alejados de la comunidad, en las cumbres de los tchengue o cerros.

Rituales de Iniciación

Cada etapa en la vida de los Aonikenk, se iniciaba con un ceremonial específico. Durante la gestación, la embarazada era separada de su pareja para evitar el contacto sexual, ya que se creía que el semen agrandaba el feto, dificultando el parto. Entonces comía carnes secas y evitaba los alimentos líquidos. Su madre o su abuela, la asistían en el nacimiento del hijo. Al recién nacido se lo pintaba de color blanco, y luego se le asignaba el nombre, el que por general representaba características físicas, lugares de alumbramiento o el nombre de un familiar muerto. A los cuatro años de edad, los menores asistían a la Ceremonia de los Aros; mientras a las niñas se les perforaban ambos lóbulos de las orejas, a los niños sólo uno.

Una aguja y crines de caballo, eran los instrumentos con que se hacían los orificios, que más tarde albergarían a los aros. Al final del ritual se sacrificaba una yegua, momento en que los hombres ejecutaban el Baile de las Avestruces. La primera menstruación, signo del paso a la adolescencia, era la ocasión en que se realizaba la ceremonia de iniciación femenina. Al llegar a la adultez, la joven se preparaba para contraer matrimonio era el tiempo de la ceremonia La Casa Bonita. Allí se preparaba para el acontecimiento de vivir en pareja, permaneciendo entre tres y siete días dentro de la singular vivienda.

La Casa Bonita

La Casa Bonita era similar a la vivienda de los Aonikenk, pero, en lugar de estar recubierta con piel de guanaco, era engalanada con ponchos nuevos, cojines, plumas de avestruz, cascabeles y campanillas con cuentas azules, rojas y amarillas. Dentro de ella, el alimento de la novia se reducía bastante, evitando el consumo de grasas. Por lo general, la abuela o el abuelo materno la acompañaban, asumiendo así el papel de educador y consejero de la joven en su nueva vida como adulta. La joven aprendía las normas morales de la comunidad y las actividades cotidianas como lavar, cocinar, elaborar tejidos y el cuidado de los hijos.

La virginidad era muy valorada, razón por la que se le enseñaba a las mujeres, en dicha ocasión, a no tener relaciones sexuales antes del matrimonio. La ceremonia concluía con el sacrificio de yeguas y el baile masculino de las avestruces. El matrimonio se festejaba con sacrificio de equinos y bailes, al igual que las otras ceremonias, con la diferencia de que no se daba carne a los perros ya que se consideraba un mal augurio. La extracción de la sangre, el saludar a los espíritus, encarnados en determinadas formas de la naturaleza o el murmurar deseos al ver la luna nueva y la creciente, eran otras prácticas rituales cotidianas. La ceremonia se prolongaba hasta altas horas de la helada noche patagónica hasta que, al calor del fuego y del baile, se unían con sus fuerzas ancestrales. Con la llegada del hombre blanco, a esta ceremonia se sumó el alcohol que, además de emborracharlos produciéndoles cambios conductuales, terminó por aniquilarlos.

El Baile Avestruz

Tras el sonido rítmico de tambores, flautas, arcos musicales y cantos Aonikenk, comenzaba el baile de las avestruces. Los hombres destinados a participar en la ceremonia salían en fila desde un toldo. Con el cuerpo cubierto de pieles y la cabeza con plumas de avestruz, comenzaban a dar vueltas alrededor del fuego acercándose hasta tocarse, y retrocediendo con movimientos que imitaban el andar de las avestruces y los guanacos. Cantos colectivos y gritos, conjuraban el poder de las fuerzas del mal. El ritmo de la danza aumentaba mientras iban transformándose en sus animales de caza, hasta que los hombres se quitaban los calurosos mantos de piel y mostraban sus fornidos cuerpos, pintados de colores. Danzaban cubiertos solamente por un cinturón hecho de plumas de avestruz, conchas, campanillas y picos de aves.

Personajes

Ramón Lista

Es el nombre del explorador que vivió con los Aonikenk, aprendiendo su idioma y su costumbres. Debido a los pocos estudios científicos sobre esta etnia patagónica antes de su proceso de aculturación y extinción, sus escritos acerca de este pueblo son un gran aporte al reconocimiento de esta cultura. Escribió los siguientes textos: Los Indios Tehuelches. Buenos Aires (1894). Viaje a los andes australes. Anales de la sociedad Científica Argentina, tomo XLI, Buenos Aires (1896). Mis exploraciones y descubrimientos en la Patagonia. 1877-1880. Ediciones Marymar, Buenos Aires (1975).

Mulato

Fue llamado el último gran jefe de los Aonikenk de la Patagonia. Desde 1892, hasta la fecha de su muerte, en 1905, dirigió la comunidad indígena del Valle Río Zurdo. (1911).

George Muster

Fue el primer hombre blanco que vivió con los Aonikenk. Por este motivo los testimonios indígenas recogidos en sus textos son altamente valorados, por su gran pureza. Es autor de los libros: At home with Patagonians, a year's waderings over untrodden ground from the straits of Magellan to the Rio Negro. London (1874) . Vida entre los patagones. Buenos Aires, Universidad Nacional de La Plata. Traducción castellana.

Gentileza: Ser Indígena

2 comentarios:

Patricio Oyarzo Burnes dijo...

Hola mi gran amigo Cristian, Saludos desde Pto. Montt. Nos vemos en Diciembre degustando Cerveza Austral, Sidra Real junto nuestros grandes amigo Nuno, 24, Teto y a la salud de nuestro Heroe Wata!!!!
Chao este, pibe chorro

Cristian dijo...

Jajaja! :D
Parece que voy a Natales en Enero, pero si ves a 24 y a Teto le dices que nos juntamos donde Pelao!!!

Salud!